Trastornos de ansiedad y depresión

Durante la adolescencia, es normal experimentar altibajos emocionales. Sin embargo, cuando la tristeza, el miedo o la angustia son intensos, persistentes e interfieren con la vida diaria, puede tratarse de un trastorno de salud mental que requiere evaluación y tratamiento especializado.

Trastorno de ansiedad

Es una condición en la que el adolescente experimenta una preocupación excesiva, anticipación negativa o miedo persistente ante situaciones cotidianas.

Signos de alarma:

  • Dificultad para relajarse, constante estado de alerta.
  • Quejas físicas frecuentes (dolor de cabeza, estómago) sin causa médica.
  • Evitación de situaciones escolares o sociales.
  • Irritabilidad, insomnio, miedo intenso a equivocarse o a ser juzgado.

 

Depresión

La depresión va más allá de estar triste. Es un trastorno del estado de ánimo que afecta la manera en que el adolescente piensa, siente y actúa.

Signos de alarma:

  • Tristeza persistente, apatía, llanto fácil o irritabilidad constante.
  • Pérdida de interés por actividades que antes disfrutaba.
  • Cambios en el sueño o apetito.
  • Baja autoestima, sentimientos de inutilidad o culpa excesiva.
  • Ideas de muerte o autolesiones (en casos graves).

Los trastornos de ansiedad y depresión también pueden aparecer en la infancia, y suelen manifestarse de forma distinta a la del adulto. No se trata de “caprichos” ni de simple timidez o tristeza momentánea, sino de alteraciones emocionales reales que afectan el desarrollo, el aprendizaje y la calidad de vida del niño.

Ansiedad en la infancia

Es una respuesta exagerada de miedo, preocupación o inseguridad frente a situaciones cotidianas. Puede manifestarse como:

  • Miedos intensos (a estar solo, a la oscuridad, a separarse de los padres).
  • Quejas físicas (dolor de barriga, de cabeza) sin causa médica aparente.
  • Irritabilidad, llanto fácil, necesidad constante de tranquilidad.
  • Evitación escolar o conductas regresivas (mojar la cama, chuparse el dedo).

 

Depresión infantil

No siempre se expresa como tristeza visible. En muchos casos, predomina la apatía, la irritabilidad o los cambios de conducta.

Signos comunes:

  • Pérdida de interés en el juego o actividades que antes disfrutaba.
  • Bajo rendimiento escolar o dificultad para concentrarse.
  • Cambios en el sueño o apetito.
  • Aislamiento social o conductas de retraimiento.
  • Comentarios negativos sobre sí mismo, baja autoestima o culpa excesiva.

Detectar estos signos a tiempo es fundamental. La intervención temprana permite prevenir complicaciones futuras y acompañar al niño con estrategias adecuadas desde la familia, el entorno escolar y los profesionales de salud mental.